Apreciaciones

HIJOS DEL 2001,RENACIDOS DEL 2003.


Estaba de viaje, así es que no lo vote. Y, en ese momento, eso fue un alivio. Pensar en votar, en esos años, me daba nauseas. Y no exagero.
Nacida durante la dictadura, la política era un pecado que se practicaba a escondidas y en la oscuridad. Y no se hablaba. De eso, nunca se hablaba.
La llegada de la democracia, el juicio a las juntas, el fervor de la primavera alfonsinista, las incipientes voluntades de soñar se fueron deshilachando, desangrando lentamente entre el "Felices Pascuas, la casa está en orden", la obediencia debida y el punto final, los golpes de mercado y la hiperinflación.
Habré heredado de mi padre, supongo, la pasión por la política y una cierta voluntad militante. Los noventa, acabaron con ambas cosas.
Desde las organizaciones secundarias estudiantiles (en conjunto con universitarios, obreros, ferroviarios,etc), resistimos, sin éxito, aquellos embates. Y quedaron grabadas en mi (y, sin duda, en todos los que compartimos esa historia) todas y cada una de las derrotas. La sanción de la LEY FEDERAL DE EDUCACION, que, literalmente, descuartizó el sistema educativo de este país, vaciándolo de contenido, quitando las responsabilidades del estado de una educación pública, laica y gratuita y aniquilando las escuelas técnicas; la privatización de Entel, el desguace de los ferrocarriles (jamás olvidaremos aquel: "Ramal que para, ramal que cierra"), la venta de YPF y el auge de las AFJP, sólo por nombrar algunos íconos.
Los de mi generación, asistimos entre el asco y el horror, a la estupidización de la juventud, el apogeo de la frivolidad y el individualismo, el ninguneo y la absoluta falta de respeto a toda reivindicación de los derechos humanos, el asesinato de la industria nacional y la cúspide de los "Todos por $2" ( y no estoy hablando de Capusotto), una corrupción sin precedentes, (me mato de la risa cuando comparan al actual gobierno con la infame década de los 90), el plan Brady, la flexibilización laboral, la expulsión de miles de argentinos fuera del sistema, y, como corolario, el indulto que dejo libre a torturadores, asesinos, desaparecedores y cómplices.
Sin proyección de futuro, sin posibilidades de trabajar, sin capacidad de progresar, mientras veíamos partir a amigos y conocidos hacia otras tierras más promisorias, siguieron pasando ante nuestros ojos indignados, el megacanje, la banelco, el Blindaje, el recorte de sueldos y jubilaciones, las amenazas de Lopez Murphy, otra vez a Cavallo, las ferias de trueque, las ollas populares en los barrios para apagar el hambre y la miseria que crecían irrefrenables. ¿Qué se podía esperar de un país que expulsaba a sus jóvenes al exilio o al hambre, y condenaba a sus viejos al abandono? Y, por si fuera poco, un grupete de presidentes se sucedían como modelos en una pasarela de lujo, mientras los piqueteros morían asesinados por la espalda.
Los de mi generación, somos un poco hijos del 2001, dábamos todo por perdido, no nos emocionaba cantar el himno, nos daban escalofríos los desfiles militares, y sin duda, preferimos un asaltante a un gendarme. Y tampoco le creíamos nada a Néstor Kirchner, un arribista, pensábamos, que provenía del mismo partido del ex-presidente riojano...
HASTA QUE VIMOS...

En estos últimos años he vuelto de tanto en tanto a las plazas. Cada vez con más frecuencia, y ahora acompañada por mi hija. He visto renacer mi pasión por la política y la militancia, como armas de transformación social. Aplaudo cada día la acción de la justicia sobre la impunidad. Veo cientos, miles de chicos que se parecen a mi hace unos pocos años, blandir banderas, agitar bombos, corear consignas, creer en otro tipo de futuro... una suerte de primavera colectiva que se digna a florecer bajo estos cielos

"Que puta suerte", dijo un conocido filósofo argentino, el día de su muerte Y es verdad... Esa jugarreta de llevarse tan pronto a un hombre tan necesario, puede cometerla sólo un destino emperrado y hostil. Como si la injusticia no tolerara que la combatan. Entonces, uno siente ese dolor, y la extrañeza que provoca llorar a alguien que no se ha conocido... pero que SÍ se ha conocido.